jueves, 1 de abril de 2010

Roberto Pedro Rojas

Roberto Pedro Rojas
Lo que nos pasa ahora(*)

Nadie lo esperaba; en pleno otoño, después de fuertes lluvias, nos llegó de golpe el invierno. Pienso que el otoño se molestó bastante, pero las grandes heladas lo sacaron rajando.
Esa madrugada, cuando oí moverse a la mama en la oscuridad. Me acurruqué aún más en el jergón desde dormía. Desde la tarde anterior tenía las patas heladas y eso me mantenía despierto.
A poco después se escuchó el pito de la fábrica de Avellaneda.
Sentí sus manos acariciándome la cara, y con voz queda me dijo: “Chelito levantate”. Lo hice lentamente, sin ganas. Salí al patio todavía en sombras, rompí la escarcha del agua que contenía la vieja palangana y me lavé la cara.
Volví. “Mama, ¿está el cocido?”
-Sí, pero amargo. Nos quedamos otra vez sin azúcar. Tené cuidado, está muy caliente.
Me peiné apurado y salí corriendo en dirección a la luz de la capilla. Era el camino que más me gustaba, más que nada porque siempre estaba iluminado.
En agosto las calles están muy oscuras a las seis de la mañana.
Pasé frente a la capilla y, siempre corriendo, crucé las vías del ferrocarril; todavía faltan quince cuadras hasta el centro distribuidor de diarios.
Al llegar, ya había una veintena de chicos y muchachones queriendo ganar los primeros lugares. Me quise colar entre los que estaban adelante, pero un grandulón, de un empujón me quitó las ganas.
Los primeros canillitas se perdían pregonando los diarios.
Cuando salí, enfilé hacia los lugares donde se trabajaba de noche que podían estar abiertos a esa hora: estaciones de servicio, juegos electrónicos, bares. Nada que hacer, ya habían pasado los otros por allí. No es mi día, me dije. Se me ocurrió pensar en los bancos que abrirían temprano. Mala leche, estos lugares también estaban ocupados.
Tendría que resignarme, no pegaba una. ¿Sería que esta mañana no saldría de perdedor? Pero no. Había que ganarle la mala suerte. Sin pensarlo más empecé a gritar con todo mi voz: Diario… Diario… Edición 4… con el crimen del Arroyo de El Rey…
Al cruzar la plaza me encontré con un cura. Seguramente iría a alguna capilla a dar misa.
- Señor, ¿me compra un diario?
Se detuvo y me miró. Puse mi mejor cara de lástima. Sentí sus ojos sobre mis pies descalzaos, el pantalón remendado, la vieja y raída chamba que cubrían mis desnudeces.
- Bueno, ¿tenés cambio? –me extendió un peso.
- No señor, es el primero que vendo –bajé la cabeza.
- Está bien, quedate con el vuelto.
Después de todo, no empezaba tan mal el día.
Cuando el reloj de la catedral anunció las doce, sólo me quedaban cinco diarios. Si conseguía venderlos, podría comprar azúcar, pan y hasta un poco de puchero. Eso sí, tendría que ir la mama a comprar. Porque siempre que van los chicos el carnicero se aviva y le dan huesos, nomás.
También tenía que tener cuidado que la plata no la agarrara el viejo; porque se iba al boliche y la hacía vino. Y la mama a amargarse de nuevo. Me daba una bronca.
Es buena la mama. Esta mañana, al acariciarme la cabeza la sentí más tierna que nunca. Ahora que lo pienso la misma dulzura que cuando amamanta a José, el menor de mis hermanitos.
A veces el viejo viene mamado. Entonces la muele a palos y le recrimina siempre lo mismo: ¿Dónde estuviste? ¿Por qué demoraste tanto, puta de mierda?
La mama lo miraba fijo a la cara sin pestañear. Antes se largaba a llorar a gritos; ahora no, soportaba todo sin una lágrima.
Sin embargo, cuando nos lleva al dispensario y los hombres le dicen algo al pasar, se le cambia la cara. Una chispita se prende en sus grandes ojos marrones y, dándose vuelta, oculta una sonrisa.
Para colmo, hace poco la echaron del trabajo. Era sirvienta en una casa del centro. Siempre le regalaban alguna ropa para mis hermanitos. Por lo menos así tenían abrigo.
A mi hermanita Ramona le contaron que la patrona la echó porque faltaba demasiado al trabajo. Debe ser mentira: yo sé que todas las mañanas se va a trabajar mientras el viejo duerme la mona. Antes prepara a los hermanitos más chicos y los deja en la guardería, a Ramona y a Juancito los manda a la escuela. Si la echaron habrá sido porque protestaba demasiado, como lo hace aquí en casa. Ella se preocupa siempre por todo. Habla con las maestras, cuando hace falta, o con mi patrón y hasta con ese señor que da las charlas sobre Alcohólicos Anónimos en la capilla para que convenza a papá que deje de chupar de una vez por todas.
Pero, el viejo hace tanto tiempo que se le dio por eso… Me acuerdo que yo tenía cinco años cuando cayó del andamio. Trabajaba de albañil. Sí, hará como ocho años. Me parece verlo en la ambulancia que lo llevaba al hospital. Allí lo tuvieron enyesado medio cuerpo como seis meses. Desde entonces no trabajó más.
Otra vez las campanadas: ya son las doce y media. Si no me apuro, no voy llegaré a horario al comedor escolar.
No me gusta la escuela, pero tengo que comer al mediodía. Total, aguanto un poco las clases y listo.
A las cinco de la tarde, salgo de nuevo gritando: Diario… Diario… hasta vender el último.
Voy a rendir cuentas y cobro mi porcentaje.
Cuando salgo de la distribuidora, el sol ya se ocultó; otra vez el frío que me hace doler los dedos de los pies. Se viene la noche. Vuelta a correr. También me duelen las pantorrillas. Cruzo las vías. La capilla está iluminada como a la madrugada. Me ladra un pero, le tiro una patada. No quiero detenerme. Me faltan apenas doscientos metros.
Qué contenta se va a poner cuando vea el dinero que le traigo. A lo mejor le alcance para comprarle un medio con soda al viejo.
En la puerta del rancho veo a mis siete hermanitos esperándome. La Ramona, con José en sus brazos, se adelanta y me dice llorando.
- Chelito, la mama se fue de casa.
- Sos loca vos, dejá de hablar pavadas.
- Te digo que es así. Escuché cuando doña Ruperta, la de la esquina, se lo contaba a papá. Dijo que la vio esta mañana cruzar las vías. Al otro lado la esperaba en un automóvil ese señor que viene los martes a la capilla y habla de los que toman vino, ¿te acordás?
- No, no puede ser, no lo creo. La Ruperta es una charlatana.
- Al principio no se lo creíamos, pero después pasaron las horas y no volvía ¿Dónde crees que puede estar a esta hora?... Ruperta contó que la mama siempre le decía que cualquier día se mandaría a mudar, que ya estaba harta de tantos palos, del hambre, de tantos hijos y miseria y que, sobre todo estaba harta de tanto olor a vino.
Me quedé más frío que mis patas. No podía ser, justo hoy… Ella, la mama.
Me senté en la zanja y con un palito comencé a dibujar mamarrachos en la tierra. No quería pensar. Ahora no sólo me dolían los pies: también la boca del estómago. Si hasta tenía ganas de vomitar. Quedé a oscuras, como si me hubieran tirado una lona encima.
La saliva amarga seguía subiendo, algo se me anudaba en la garganta.
No, ya no me importa nada más. No vendería más diarios ni tampoco me levantaría temprano y menos con este frío. ¿Para qué?
Los mandé a mis hermanitos que se metieran dentro del rancho. Seguramente tendrían hambre porque se fueron llorando.
Pensándolo bien, a lo mejor el viejo conseguía otra mujer. Siempre suelen venir de Goya a la cosecha y algunas hasta vienen sin marido.
Me puse de pie.
Un haz de luz salía del interior del boliche, iluminando pobremente lo ranchos que lo rodeaban; creí que me llamaba.
Despacio me fui acercando. En una de esas, si lo acompañaba al viejo con un vaso de vino, se me pasaba el dolor.
Entré. Sentado en un rincón, estaba él. Se dio vueltas y me vio.
- ¿Viste Chelito, lo que nos pasa ahora?
Extendí mi mano con los billetes diciéndole: “pedí otra botella”. Total, para qué los quería ahora.
Mañana andaríamos secos otra vez. Sería cuestión de mandar a mis hermanos a pedir limosnas. Si les daban alguna moneda, hasta para el vino nos alcanzaría.
___________________________

(*) En Sopla el rupá oiquaá. Rodolfo Pedro Rojas. En el prólogo el autor señala que “es necesario nacer en esta tierra y mamar en sus raíces, para poder interpretar sus personajes, contar sus historias o hablar de sus frustraciones que no son otras que las que sufriera América Latina toda (…) Considero personalmente el compromiso del escritor, del músico o del artista, es el de ser comunicadores válidos para desnudar sus realidades y faltas de oportunidades de muchos de sus hijos y así lograr a través de sus expresiones el gran cambio para su realización como personas”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario