jueves, 1 de abril de 2010

Jose Pedroni

Jose Pedroni

La mayoría de sus biografías lo describen como el poeta nacido en Gálvez, provincia de Santa Fe, que a los 19 años, se radicó en Colonia Esperanza y, desde allí, le escribió a su paisaje y a la vida cotidiana, al atardecer, a los campesinos, al amor, al agua y al viento. Según cuentan éstas mismas biografías, editó sus primeros poemas en 1920 y, 5 años más tarde, escribió las estrofas de su obra cumbre: “Gracia plena”. Aunque quienes lo conocieron cercanamente saben que Divina Sed, su primer libro, no era mencionado por el autor por considerarlo lleno de indescifrables sobreentendidos autobiográficos que excluyen al lector.

Físicamente lo describían robusto, no muy alto. En su poemas Piedras se describió a sí mismo como un contador de modales comunes y atuendo simple que cuando mira una estrella o una flor la mira igual que cualquier otro. El Buenos Aires Herald, en oportunidad de publicar una nota en inglés sobre poemas suyos, lo describió short and stocky. Bromeando en una entrevista, Pedroni contaba, “me describen como short and stocky. Gordo y bajito o petiso y morrudo, elija la traducción que más le guste. Menos mal que la gente acá conoce poco el idioma”
Pedroni, usaba activamente la poesía para darle nombre y existencia real al paisaje de su provincia. Rescata de su nada anterior las atmósferas particulares de la llanura santafesina, el caráu con su grito de alma en pena, la garza blanca hierática en una sola pata, el sauce que sangra herido a orillas del Salado, desde la montaña madre hasta la pampa del gringo. Pero su recupero primordial y más valioso fue fijar para siempre en la memoria colectiva los nombres de muchos pequeños héroes suizos, franceses, alemanes e italianos, protagonistas de la colonización agrícola del pago santafesino.

Su lengua era difícil
Sus nombres eran raros.
Los gauchos se murieron
Sin poder pronunciarlos.

José Pedroni creía en Dios y en sus evangelios, en los buenos sentimientos de la gente, en la redención final de los humildes, en su máquina de escribir llamada Mercedes, en su perro Leb, en el sereno de la metalurgia Schneider, en la copa de vino volcada sobre la mesa, creía en todo.

En la Antigüedad, donde aún no existía el lenguaje escrito, la memoria de la especie se trasmitía y se conservaba de boca en boca, de padres a hijos y de abuelos a nietos. El abuelo contaba lo que había ocurrido y lo contaba bien, con mucho énfasis, por haber sido en muchos casos protagonista o por lo menos testigo del episodio narrado. Pero el nieto recibía esa información como algo abstracto y las abstracciones son siempre fáciles de olvidar o confundir. Para esquivar este riesgo apareció la poesía épica y las sagas, Son respuestas pragmáticas a una necesidad importante: narrar las historias del grupo social de una manera que resulte recordable, incorporándoles los mecanismos mnemotécnicos de la medida, la música, la rima.
En sus orígenes la poesía constituía entonces un eficaz sistema de comunicación y memoria capaz de conservar inmutables los recuerdos de la comunidad. En esa etapa no era apenas útil, como hoy, sino que cumplía una función fundamental.

El poeta, en su labor de comunicar la realidad abstraída y filtrada a través de su ser, imagina un destinatario, a veces abstracto otras veces real. Pedroni así lo concebía, “debemos dirigirnos a alguien en especial, porque si conseguimos comunicarnos realmente con esas personas, otros también escucharán y así terminaremos hablando con todos”. En todos los poemas de la colonización gringa el interlocutor elegido por Pedroni fue Aarón Castellanos. Admiraba al tenaz salteño y escribió como para él, informándole sobre cómo había terminado la cosa.

El lector común, advierte que la poesía disponible en forma de libro o suplemento cultural de los diarios multitudinarios le interesa poco, cada vez menos. Poesía sigue consumiendo pero en otra forma. Le llega vía CD cantado por su artista preferido. Curioso: en los primeros años del siglo XXI han dejado de leer poesía para volver a escucharla como en la Antigüedad o la Edad Media, musicalizada y cantada por trovadores.

Muchos son los poemas de Pedroni que cobraron música y lo siguen haciendo, así el contador de modales comunes que alguna vez se imaginó trasformado en viento, sombra o agua hoy es canción.


Piedras

Porque soy contador
Y de vulgares modos
Y visto simplemente
Y si miro una estrella
O una flor,
La miro como todos,
“los versos no son de él –dice la gente-;
se los escribe ella”.
Así es, así es:
Yo soy la inútil hiedra
Enredada a tus pies.
Azules, verdes, rojos,
Tu los versos me das
En cubitos de piedra
De tus ojos.
Yo los armo, no más.


Indio.


Quien ordenó la carga del arado
ordenaba tu muerte el mismo día.
Ella tuvo lugar junto al Salado
con paloma y calandria, a mano fría.

No te valió tu entrega de venado
frente al duro invasor que te temía.
No te valió tu miel de despojado.
Sólo la dulce espiga te quería.

Descendiente de gringo y su pecado,
por cementerio de tu alfarería,
a lo largo del río voy callado.

La culpa de tu muerte es culpa mía.
Indio, dime que soy tu perdonado
por el trigo inocente que nacía.



Entremos


Esta es nuestra casa.
Entremos.
Para ti la hice
como un libro nuevo,
mirando, mirando,
como la hace el hornero,

Tuya es esta puerta;
tuyo este antepecho,
y tuyo este patio
con su limonero.

Tuya esta solana
donde en el invierno
pensará en tus párpados
tu adormecimiento.

Tuyo este emparrado
que al ligero viento
moverá sus sombras
sobre tu silencio.

Tuyo este hogar hondo
que reclama el leño
para alzarte en humo,
para amarte en fuego.

Tuya esta escalera
por la cual, sin término,
subirás mi nombre,
bajaré mis versos.

Y tuya esta alcoba
de callado techo,
donde, siempre novios,
nos encontraremos.

Esta es nuestra casa.
¡Hazme el primer fuego!

No hay comentarios:

Publicar un comentario