jueves, 1 de abril de 2010

El vino y el Chamame

El vino y el Chamame
Miércoles, 17 de Marzo de 2010 13:35 .El vino y el chamamé comparten a mi modesto entender algunas características que los hacen pasionalmente humanos y embriagadores: carácter, personalidad, notas, matices, pero por sobre todo, la capacidad de despertarnos emociones profundas muy difíciles de describir o contar.
Algunas veces me han preguntado ¿cuál es el mejor?. Y aunque insistentemente busqué la respuesta por mucho tiempo y pasé muchas noches comparando nunca llegué a una conclusión del tema.

¿Será que no hay un mejor vino o un mejor chamamé?... ¿Pero cómo? ¿Y qué hay de la selección de las cepas, del cuidado de la planta, de la cosecha, del trasegado, de la crianza en roble, de la estiba, del añejamiento…? Si, si algo hay pero así mismo con todo eso no nos aseguramos un vino que nos guste por más cuidado y dedicación que le pongamos. ¿Acaso con el chamamé pase lo mismo?.
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Una tardecita mientras meditaba tratando de resolver el acertijo, escuchando a uno de los dúos más refinados de Corrientes y disfrutando de uno de los vinos más complejos e interesantes de Mendoza se me ocurrió cruzarme a una finca y preguntarle a un contratista (trabajador de la viña) cuál era el mejor vino.

Luego de intercambiar algunas palabras con el hombre lo encaré decidido a develar finalmente el misterio: Dígame compadre, usted que ve nacer prácticamente al vino ¿Cuál es para Ud. el mejor vino?. El hombre sonrió y me hizo señas que lo acompañara a una esquina de la viña, donde pasaba la acequia (cuneta por donde se lleva el agua de deshielo para regar la viña) y allí, de una bolsa semi sumergida extrajo un poco de vino de una botella que a las claras mostraba haber sido trasvasada de damajuana tal vez y agregándole un poco de soda que tenía allí también en el fresco me lo extendió respondiendo: este… Este es el mejor vino que usted va a tomar porque es el vino que tomamos nosotros, los que plantamos la viña y después lo cosechamos, lo pisamos y nosotros mismos lo hacemos… Es puro jugo de uva, acá no hay máquinas ni químicos, solo uva y trabajo señor… Y un poquito de soda porque hay que seguir trabajando y con esta calor se pone áspero pa’ tomarlo puro.

Contrariamente a todo lo que he leído, estudiado y escuchado sobre el vino decidí hacer un esfuerzo como para no quedar mal y probé un sorbo de esa mezcla casi insolente para algunos “puristas” del tema y saben qué… No se si sería el momento, el lugar, la amabilidad del hombre, el clima, no se qué pero fue uno de los vinos más ricos que hé probado en mi vida.

Esa noche, al volver, me puse a buscar viejas grabaciones de Emilio Chamorro, Mauricio Valenzuela y hasta de Agustín Magaldi… ¿Cómo? Si claro que Magaldi cantó un chamamé y si escuchan Magaldi – Noda tal vez se den cuenta de la influencia que tuvo ese maravilloso dúo en uno de los tantos estilos de cantar del Litoral, digo Litoral entre comillas porque el Litoral Argentino va desde Tierra del Fuego hasta la Mesopotamia pero “arreglemos” en lo que es Litoral Fluvial.

¡Cuantas diferencia y cuantas semejanzas encontré entre aquellos pioneros de las grabaciones y algunos recientes que parecen no ser considerados por los opinólogos como auténticos!... Terminé la noche escuchando a Tarragó e Ivotí.

Al otro día, mientras me seguía debatiendo con la pregunta, más perturbado aún por la experiencia anterior decidí llamar a un enólogo amigo y hacerle una visita por la bodega para que me aclare el panorama y hacia allá partí.

Ni bien entramos a la cava de la bodega donde prolijamente las barricas añejaban el divino néctar me pidió que no hiciera ruido y hablara en voz baja porque el vino estaba reposando y las vibraciones que generan las ondas sonoras interfieren en el proceso.

Silenciosamente probamos un cabernet Sauvignon con notas tan complejas y armónicas que iban desde las especias hasta los recios taninos dejando un final de boca incomparable.

La frescura del sótano, el entorno de las barricas con una mezcla de perfume a roble en el ambiente, los anchos muros, la penumbra del lugar, el silencio, la majestuosidad y ese vino tan cuidado me hicieron sentir cerca del cielo pero aún así, cuando me fui de la bodega, no terminaba de dilucidar cuál era el mejor.

Esa noche, ya en mi casa, me terminé de embriagar con Montiel, Barboza, Rudy, Nini y me fui a dormir tarareando una melodía de Franich que antojadizamente me sonó a merlot.

A la noche siguiente fuimos a cenar con otro matrimonio a un restaurante especializado en vinos que hay aquí en Mendoza y como el plato era una pasta con salsa roja y carne pedimos un sirah muy particular, ideal para acompañar tan suculenta comida.

La cena fue tan amena y la pasamos tan bien, en un lugar tan acogedor y en tan grata compañía, con tan buena atención que en un determinado momento nos miramos y casi a coro dijimos: ¡qué buen vino!.

Cuando subimos al auto para regresar puse un cd de Bofill y otro de Imaguaré que parecían haber armado un escenario en el tablero del coche y sonar mejor que nunca con esas maravillosas composiciones de Mario, de Tito, del Gringo, de Julián…

Días después, en una jornada muy especial tuve la oportunidad de probar nuevamente los tres vinos en otro contexto completamente distinto y me dije entusiasmado: ¡llegó el momento!. Ahora vamos a ver cuál es el mejor.

Tan distintos me supieron todos a lo que guardaba en mi memoria sobre mi experiencia pasada con cada uno de ellos que miré varias veces las etiquetas para comprobar que no me había equivocado.

Cuando llegué a mi casa comencé a bosquejar este relato que tiene más una reflexión que una conclusión, pues creo que lo definitivo jamás se dirá sobre el tema y la reflexión es esta: ¿no será que todo tiene que ver con la vivencia y la circunstancia?

El “vino del contratista” en el corazón mismo de la bodega no tenía la delicadeza ni las cualidades del gran cabernet, pero a su vez este último bebido en el agobiante paisaje del viñedo perdía toda su magia y también el sirah fuera del contexto de la reunión y los platos tan bien servido tampoco era el mismo, convirtiéndose en un vino más… Mientras escribía fui alternando a Tránsito, Monchito Merlo y Mateo… Confieso que me reconfortó mucho más la música que la memoria de los vinos tomados recientemente.

De allí deduje que al igual que el chamamé, el vino se aprecia de muy distintas maneras dependiendo de la circunstancia en que se lo consuma y también deduje que las vivencias que uno tenga son la forma en que nos predisponemos para aceptar en menor o mayor grado algo.

¿Y del chamamé qué?... Bueno el chamamé hay mucho para decir también. Sobre todo de esa eterna y casi estéril discusión sobre cuál es el tradicional y cuál no.

Por empezar, muchos de aquellos que pretenden que hay un chamamé tradicional y otro que directamente no lo es, aún no han puesto ningún elemento de verdadero rigor científico para determinar cuál y como debe ser el chamamé, por ende, hasta que esos argumentos sólidos no se pongan sobre la mesa difícilmente podemos hablar de autenticidad o de “verdadero chamamé”… Que uno puede sonarles mejor, más elaborado, más refinado, e inclusive más acorde a sus propias vivencias está fuera de discusión, pero pretender adueñarse de la verdad sobre el chamamé y sin ningún rigor científico como respaldo me parece más una temeridad que una posible proximidad a la verdad sobre el tema.

Si nos remitimos a que auténtico es aquello en lo que debe creerse como cierto y verdadero por sus características entonces todos los vinos son vinos y todos los chamamés son chamamés, inclusive aquellos que no nos gusten.
Una cosa más: desde que comencé a hacerme preguntas disfruto más la búsqueda y el descubrimiento de nuevas pautas que el sueño de llegar a una conclusión definitiva.

Gustavo Machado
Mendoza 2009

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